Alwaght- Estados Unidos, ante los acontecimientos en desarrollo en Oriente Medio, ha adoptado una serie de políticas diferentes y, a veces, contradictorias. En Bahréin, la revocación de la ciudadanía al máximo clérigo chií del país, el sheij Isa Ahmad Qasem, ha provocado el aumento de las tensiones y protestas populares y mientras el régimen de Al Jalifa intenta cambiar la demografía del país y endurecer los castigos y tortura, las autoridades estadounidenses solo han expresado su preocupación por la situación en este reino árabe.
En Irak, país que está pasando uno de los períodos más difíciles de la lucha contra el terrorismo takfirí, Estados Unidos y sus aliados han condicionado el apoyo aéreo al Ejército iraquí a que las fuerzas populares iraquíes, conocidas como Al-Hashd al-Shabi, no participen en las operaciones para la liberación de las ciudades de Faluya y Mosul, bajo el argumento de que están saboteando la lucha contra el terrorismo. En Turquía, simultáneamente con el cambio de políticas de Ankara ante Siria y su voluntad de cooperar con Irán y Rusia para resolver los problemas de la región, el Gobierno de Ankara enfrentó un intento de golpe de Estado.
Todos acusaron a Estados Unidos de estar detrás de la intentona golpista, pero la Casa Blanca rechazó rotundamente cualquier implicación en el fracasado golpe militar en Turquía. A pesar de que la guerra en Siria se inició bajo el apoyo de Estados Unidos, Washington ha cambiado —al menos en apariencia— sus políticas sobre el país árabe y ahora busca convencer a Moscú de formar una nueva coalición. En El Líbano, la nueva embajadora de Estados Unidos en Beirut, Elizabeth Richard, ignorando el importante papel del Movimiento de Resistencia Islámica de El Líbano (Hezbolá) en la lucha contra el terrorismo takfirí, en particular Daesh, manifestó que su misión tiene como fin paralizar a Hezbolá, con lo que busca encubrir la intención real de Estados Unidos en El Líbano. Las mismas contradicciones se observan en Yemen, Paquistán y Afganistán.
Todos estos acontecimientos muestran aparentemente el papel intermitente, incoherente e incluso contradictorio de Estados Unidos en la región pero la realidad es cien por ciento diferente. Estados Unidos ha dividido totalmente sus políticas en tres categorías, “estratégica”, “táctica” y “mediática”.
Las políticas estratégicas son las que constituyen la base de los objetivos de Estados Unidos y normalmente no cambian, a menos que un gran suceso ocurra en el escenario internacional.
Las políticas tácticas y generales proveen finalmente los objetivos estratégicos de Estados Unidos a largo plazo. En esta categoría podrían observarse las diversas tácticas obligatorias, pero todos los actos se realizan en el marco de las políticas estratégicas.
Las políticas mediáticas son aquellas que se anuncian en las sesiones, reuniones y ante los medios de comunicación y no coinciden necesariamente con las políticas estratégicas o tácticas. Por lo tanto, las políticas estratégicas y tácticas son las principales en el escenario de la diplomacia mientras que las políticas mediáticas no se pueden considerar como la base principal de las políticas de Estados Unidos.
Por lo tanto, conocer las políticas estratégicas de Estados Unidos ante los acontecimientos actuales en la región y analizar y diagnosticar las tácticas diseñadas en el marco de los grandes objetivos de este país se encuentran entre los asuntos más importantes en el campo de la diplomacia.
El punto importante es que las dos primeras categorías de estas políticas (estratégica y táctica) tienen una relación definida con la tercera categoría (las políticas mediáticas); es decir, las declaraciones mediáticas de Estados Unidos, como las preocupaciones sobre los derechos humanos en Bahréin y enfrentar a Hezbolá, se consideran en el marco de la lucha contra el terrorismo, mientras que engañar a la opinión pública, ocultarle información y desviar su enfoque forma parte de las macropolíticas de Washington. De esta manera, no es correcto basarse en las declaraciones públicas de los estadounidenses pronunciadas en las reuniones y a los medios de comunicación sino hay que diagnosticar las macropolíticas y sus requisitos más allá de cualquier evolución regional y transregional.
Hoy en día, el sistema hegemónico encara serios problemas en el oeste de Asia, de manera que, por una parte, se enfrenta al Eje de resistencia y no puede cambiar sus políticas generales en absoluto ya que su presencia en esta zona busca saquear las riquezas de la región y debilitar el Islam político; por otra parte, se ve obligado a propagarlas (sus políticas) en el marco de propagandas atractivas para avanzar en sus objetivos. Una de las políticas estratégicas de Estados Unidos es apoyar a determinados países para garantizar sus intereses estratégicos. Proteger al régimen falso de Israel y al régimen infanticida de Arabia Saudí, se encuentran entre las acciones que la Casa Blanca y sus aliados han llevado a cabo en el marco de proveer sus macropolíticas. Estos dos regímenes odiados, para Estados Unidos, son los baluartes más seguros ante cualquier peligro en la región.
Todos los problemas del mundo del Islam y el oeste de Asia se enraízan en las políticas arrogantes de Estados Unidos, pero las macropolíticas y la diplomacia mediática han provocado que Arabia Saudí y el régimen sionista se presenten a sí mismos como los defensores de los intereses de los países de la región e intenten tergiversar la realidad. Arabia Saudí está atacando, en nombre de Estados Unidos, a mujeres y niños yemeníes, violando los derechos humanos, y no escatima esfuerzos para enfrentar a Irán, como el principal defensor de derechos del pueblo de la región y destacado símbolo del Islam político.
El enlace de estos dos régimen, Israel y Arabia Saudí, como las principales bases a favor de los objetivos estratégicos de Estados Unidos en el oeste de Asia muestra que todos los recientes acontecimientos en la región, desde Bahréin, Irak, Turquía y Siria hasta El Líbano, Yemen, Paquistán y Afganistán, están diseñados, planeados y organizados por Estados Unidos y son ejecutados por estos dos regímenes, por tanto, el triángulo israelí-árabe-estadounidense está implicado en todos los acontecimientos regionales. De hecho, analistas y observadores no deben dejarse engañar por las declaraciones y mentiras de las autoridades estadounidenses, y los países de la región deben estar siempre alerta para predecir los próximos movimientos y evitar la cristalización de las políticas arrogantes.