Durante las últimas semanas, la mayoría de los líderes y analistas cercanos a la monarquía saudí han tratado de presentar el ataque militar a Yemen como una reacción a las amenazas desde el sur de este país contra la seguridad saudí y, de esta manera, recibir el apoyo necesario a nivel regional e internacional para que continúe la operación, no obstante, una investigación, por un lado, de la situación interna y el poder militar de la monarquía de saudí y, por otro, de los poderes y las acciones de los protagonistas de la política yemení nos llevará a resultados diferentes. En este sentido, se puede decir que la invasión saudí a Yemen en vez de surgir de preocupaciones de seguridad, ha sido un intento de los jóvenes líderes saudíes, como Mohamed bin Naif, para aumentar el prestigio nacional de Arabia Saudí a nivel regional e internacional. Un intento que contraviene la postura precavida y conservadora hasta ahora preferida por este país y casi ignora la complicada realidad de Yemen, el balance de poder y la situación regional.
La alegación principal de los saudíes para justificar una intervención militar en Yemen fue la supuesta amenaza que pueden suponer los combatientes del movimiento popular yemení Ansarolá, apoyado por Irán, contra la seguridad de Arabia Saudí, la región y el estrecho de Bab el-Mandeb. Existen varios puntos que mencionar respecto a este alegato. La crisis actual en Yemen, antes de tener relación alguna con el movimiento Ansarolá, es resultado de las políticas erróneas del Gobierno yemení durante las últimas décadas y, de hecho, un amplio descontento popular por la grave situación económica y los conflictos internos; estatus quo producto de las injerencias de los países árabes del Golfo Pérsico, en particular Arabia Saudí. Asimismo, las manifestaciones y protestas populares que vivió Yemen en el año 2011 no lograron crear cambios visibles en la vida cotidiana de los ciudadanos y, además, la iniciativa del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG - integrado por los países árabes ribereños del Golfo Pérsico) en lugar de responder a las demandas del pueblo fue una medida para frenar la revolución yemení. Por otra parte, los hutíes y Ansarolá, además de mantener algunas buenas relaciones con Irán, forman parte de un movimiento social, político, popular, nacional y revolucionario que después de las políticas erróneas del Gobierno, con el apoyo de una parte considerable del Ejército, lograron ganar fuerza en el país árabe. El otro punto es que sus vecinos árabes, en lugar de aceptar el poder de los hutíes y llegar a un entendimiento con este movimiento, han buscado desde el principio debilitar a Ansarolá en todos los campos, sobre todo, el político y militar, lo que redundó en el agravamiento de la crisis de Yemen. En este sentido, el asunto principal se centró en “lanzar propagandas negativas” acerca del poder de los hutíes en Yemen, mientras que incluso después de la intervención militar de Arabia Saudí en este país árabe, los hutíes y el ejército yemení actuaron con moderación e intentaron evitar el desarrollo de la guerra. Es decir, no se puede considerar al movimiento hutí una seria amenaza para un país con una notable capacidad militar como Arabia Saudí. Además, mientras que las grandes potencias están vigilando las vías marítimas de la zona, que son de suma importancia para el comercio mundial, es ilógico suponer que un grupo popular como los hutíes significa una amenaza para la seguridad del estratégico estrecho de Bab-el-Mandeb.
Según los puntos mencionados, se puede concluir que el objetivo principal de los saudíes para intervenir militarmente en Yemen ha sido restaurar su prestigio a nivel regional e internacional. Este objetivo, para Al Saud, ha tenido más importancia que las preocupaciones por la seguridad. Además de la integridad territorial, la seguridad nacional y el bienestar nacional, el "prestigio nacional" es otro objetivo en la política exterior de los gobiernos. Los gobiernos mejoran su prestigio nacional a través de factores como el desarrollo económico, elementos religiosos y culturales o el desarrollo del poder militar. Hasta ahora, el régimen saudí, bajo el título de 'Guardián de los Santos Lugares', se ha aprovechado de su posición religiosa, para tratar de elevar su prestigio nacional y, en este objetivo, también han utilizado el poder económico en el campo de las exportaciones de petróleo. Pero, ahora, parece que Arabia Saudí intenta concretar este objetivo por medio de su capacidad militar. Es decir, el nuevo régimen saudí cree que los antiguos métodos han perjudicado su prestigio nacional y han reducido su papel en la región. Y entonces, debe mejorar su posición a nivel nacional y regional a través del uso de las armas modernas y la demostración del poder militar. Por lo tanto, el régimen saudí eligió Yemen para mostrar su musculo porque pensaba que atacando a su vecino sufriría menos pérdidas que en otros países regionales en todos los campos, sobre todo en el campo militar.
No son claros los resultados de la intervención militar de Arabia Saudí en Yemen. Los saudíes, por un lado, no han podido cumplir con sus objetivos en Yemen y, por otro, su injerencia militar en el país árabe ha tenido efectos negativos para su prestigio regional. Otro punto importante es que la intervención militar intensificará la crisis en Yemen y, a largo plazo, amenazará la seguridad de las autoridades saudíes.