Alwaght- Todo el mundo está en shock por la elección de Donald Trump como el presidente de los Estados Unidos. Alwaght ha entrevistado al destacado analista colombiano, Juan Alberto Sánchez Marín, para saber y analizar las repercusiones de este triunfo del republicano racista y sus impactos en los EEUU y todo el universo.
Alwaght: ¿Qué tan sorpresivo ha sido el triunfo de Donald Trump?
Sánchez Marín: La sorpresiva llegada de Trump a la presidencia de Estados Unidos tiene fundamentos que permiten comprender que la cosa tuvo más bien poco de sorpresiva, y que, por el contrario, se trata de un triunfo anunciado.
Otra cosa es que ni Wall Street ni los Clinton, ni los expertos políticos, hayan tenido la clave para leer la realidad social en la que se movió esta contienda electoral.
Un contexto de insatisfacción con la manera en la que se han venido haciendo las cosas durante las últimas décadas en la potencia norteamericana.
Y no creo que sea sólo descontento con la desastrosa etapa de Obama. La cuestión se entronca más atrás, en los patéticos tiempos de Bush. Y si hilamos más fino, también en las políticas de muchos de los gobiernos que los precedieron a ambos.
Más allá de un fastidio partidista, de republicanos con demócratas, creo que se trata de una ciudadanía creciente fatigada con el modo en el que unos y otros han hecho las cosas, y con la situación lamentable a la que han conducido al país, en el que “el sueño americano” de unos pocos es la pesadilla de la mayoría.
Así que de manera parecida a como Bernie Sanders, un personaje con visos socialistas, en su momento tuvo una acogida notable, ahora Trump, desde la orilla opuesta, sirve de válvula de escape y acapará ese descontento popular.
Alwaght: ¿Cuál es la responsabilidad que le cabe a Obama en la derrota demócrata?
Sánchez Marín: Las aventuras irracionales de los últimos gobiernos por el mundo han tenido altos costos para los Estados Unidos, no sólo en lo económico, que también, sino en aspectos humanos y sociales, y no porque importen los cuantos miles de vidas (así sea de estadounidenses) o algunas inconformidades (así sea de blancos de clase media), sino porque afecta su valor más preciado: la imagen.
En lo económico, claro está, las guerras de invasión llevadas a cabo han representado enormes utilidades para la industria militar y para las poderosas corporaciones relacionadas en el único mercado próspero en medio de la crisis, que han abultado los bolsillos del 0,1% o menos de los estadounidenses.
Pero estas guerras han ocasionado gastos de miles de millones de dólares en Siria y Afganistán, y de cientos de miles de millones en Libia, y constituyen un desagüe continuo los procesos desestabilizadores emprendidos, por ejemplo, contra Ucrania, Rusia o Venezuela.
El gasto militar no dinamiza la economía ni genera crecimiento. Sus fluctuaciones causan desestabilización y hace rato que dejaron de tener un efecto multiplicador importante en el resto de la economía. En cambio, sí disminuyen los recursos para desarrollar la productividad en la industria civil.
El gasto militar real de los Estados Unidos alcanzó en 2015 el 36% del gasto militar mundial (1) y hace menos de un lustro representaba más de la mitad. En todo caso, un abultado despilfarro que sale de las arcas de los contribuyentes y que repercute en la inversión social y en las condiciones de vida de los norteamericanos.
Todo esto, en medio de un equilibrio financiero endeble y con un déficit presupuestario que podría alcanzar los 590 mil millones de dólares en este año, según la Oficina Presupuestaria del Congreso (CBO). (2)
Pero, decía que más allá de este punto, los estadounidenses han visto cómo se ido viniendo abajo su papel hegemónico. El país se ha envuelto en guerras que no acaban. Se prometen victorias prontas que no llegan.
A pesar de los grandes medios, gracias a las redes sociales y a muchos activistas, tales medios se ven forzados a mostrar los intríngulis más oscuros del manejo del poder, en un país puritano que pareciera que se descubre a sí mismo que no lo es tanto.
Se salvan las compañías financieras y las firmas especuladoras, y se ahorca a los trabajadores, a los peones cuyos hombros soportan el andamiaje. Las brechas sociales y raciales son mayores que tres o cuatro décadas atrás. Los ricos son más ricos y cada vez menos, y los pobres pasan de cincuenta millones.
No creo que pueda decirse que el desbarajuste se debe a Obama, esa culpabilidad le cabe más bien a los perversos mecanismos del propio sistema. Pero el actual presidente sí es responsable de una larga seguidilla de falsas promesas, contradicciones políticas, profundización de las fracturas sociales e inacción frente a las desigualdades.
Así que de la misma manera que una parte de la sociedad estadounidense está temerosa de las posibles acciones impulsivas de Trump, otra parte estaba suficientemente hastiada como para dar el salto al vacío que el magnate representa.
Alwaght: ¿Qué futuro le espera a los Estados Unidos con el nuevo presidente?
Sánchez Marín: Es innegable el poder que guarda en sí mismo el presidente de una potencia militar y económico como los Estados Unidos.
Aunque el llamado “equilibrio de poderes” del sistema político intenta una armazón basada en pesos y contrapesos, lo cierto es que en el ejecutivo se concentra una autoridad grande, más aún para el caso de Donald Trump, donde el Partido Republicano ha logrado las mayorías, tanto en el Senado, como en la Cámara.
Pero no puede olvidarse que al interior del mismo partido existe una notoria división en torno a la figura del nuevo presidente, en razón a ciertos puntos de su campaña, que podrían afectar intereses de muchos sectores.
En otras palabras, en lo político, aunque el camino parece despejado para Trump, no lo es tanto en una arena en la que el llamado “establishment” tiene prioridades por encima de cualquier militancia política y actúa según sus conveniencias.
Es previsible pensar entonces que el país no saldrá tan fácilmente de los desequilibrios políticos de los últimos años, lo cual se reflejará seguramente en los tire y afloje de los asuntos internos, pero, también, de la política exterior.
Este proceso electoral ha desvelado la abismal división existente en la sociedad estadounidense. Una segmentación trasnochada que han acentuado, es verdad, la crisis económica, pero, sobre todo, los poderosos intereses en juego tras bambalinas, la exacerbación mediática de los odios, y las discordias mal resueltas o nunca asumidas socialmente.
No es despejado el futuro para una sociedad que ha preferido la ignorancia del mundo y las ficciones de Hollywood a la realidad de la profunda depresión. Las invenciones del Far West pudieron tener sentido como mitos fundacionales en un país que partió de cero hace poco más de dos siglos.
Porque borro la historia de los pueblos de las Praderas y Llanuras, y a los mismos pueblos, y porque a la contraparte, los puritanos recién llegados, Inglaterra los había sacado a patadas de la propia historia.
La mentira vivida como realidad produce monstruos, también. Ojalá que Donald Trump, a quien nos lo pintan como uno, que parece uno y que, incluso, en reiteradas oportunidades actúa como uno, no lo sea.
Alwaght: Y el mundo, ¿qué puede esperar de Donald Trump?
Sánchez Marín: En la historia de los 44 presidentes que han tenido los Estados Unidos, ni en el siglo XIX, ni mucho menos en el XX, ni en lo que va del XXI, el mundo ha recibido algo bueno de esos gobiernos.
No se trata de una visión pesimista del asunto o de una inflexible posición antiestadounidense. Como pueblo, este país le ha aportado a la humanidad referentes invaluables en la literatura y las demás artes, y en todas las áreas y ramas de la industria, la ciencia y la tecnología.
Pero los afanes imperiales y la voracidad económica corporativa, que son la esencia política y gubernamental del país, han sembrado destrucción y muerte a lo largo y ancho del tiempo y del mundo.
En una mesa en Washington, con los aliados europeos, gobiernos demócratas y republicanos se han repartido países como cartas, trazado fronteras sobre mapas con reglas torcidas, aniquilado pueblos, asesinado líderes, impuesto y protegido dictadores sanguinarios, saqueado recursos.
Visto en perspectiva, el tema de las sustituciones presidenciales y de sus vaivenes es entonces más sencillos de lo que aparenta, y tiene más bien que ver con el nivel de nocividad que supone para el mundo el contraste entre un gobierno que termina y otro que sigue.
No puede decir ningún país en cuyo territorio exista algo de apego para los Estados Unidos, que le ha sido más favorable un demócrata o un republicano. Desde ambos emplazamientos se han ejecutado horrores. Y en los dos hay absoluta claridad acerca de que lo que le conviene al resto del mundo (que es el mundo) no es de provecho para los Estados Unidos.
Con mayor o menor torpeza, más o menos impaciencia, estos gobierno actúan de acuerdo con las conveniencias de las élites políticas que representan, los compromisos corporativos, las urgencias geoestratégicas o geopolíticas imperantes.
No puede esperarse de Donald Trump sino lo que estas poderosas élites estén dispuestas a darle o quitarle al mundo. La historia advierte, período tras período, que siempre es nada o casi nada de lo primero, y mucho de lo segundo.
Por lo menos, el mundo podría sembrar esperanzas en cuanto a que la política de doble moral que caracterizó a Obama, como presidente, o a la señora Clinton, como funcionaria, sufra cualquier disminución, si nos atenemos al carácter desabrochado e impulsivo de Trump.
Amanecerá y veremos, dice el ciego, según la frase popular. La cuestión es que tan larga seguirá siendo la horrible noche, con los Estados Unidos al frente de una estructura económica y política que se vale de todo para mantenerse en pie.
(1) SIPRI Yearbook 2016. Resumen en español. Stockholm International Peace Research Institute, SIPRI. https://www.sipri.org/sites/default/files/SIPRIYB16-Summary_ESP.pdf
(2) El déficit presupuestario de EEUU se dispara a los 514.000 millones hasta agosto. Expansión. 13 de septiembre de 2016. http://www.expansion.com/economia/2016/09/13/57d8544546163fd41d8b4637.html