La historia de dos amigos que quedan para cenar y aparecen muertos a la mañana siguiente conmueve a Francia. Un suceso digno de la mejor novela negra con un desenlace impactante.
No fue un crimen perfecto sino una perfecta casualidad. Todo sucedió el pasado 3 de agosto. El banquete de cena preparado para dos comensales con los cubiertos cuidadosamente alineados sobre un mantel a cuadros blancos y rojos. Carnes rojas a la barbacoa, abundantes quesos franceses sobre la mesa y todo regado con un buen vino tinto en un marco idílico, un bonito jardín verde de una vivienda unifamiliar del norte del país, en la localidad de Authon-du-Perche, en una agradable noche veraniega.
Al día siguiente se produce el macabro hallazgo: los dos comensales aparecen muertos en el escenario sin haber casi probado los manjares y sin el menor signo de violencia. Ni asesinato ni suicidio. Tampoco envenenamiento. Dos muertes paralelas dignas de la mejor novela negra. ¿Qué pasó aquella noche del 3 de agosto en el jardín de esa vivienda?
Antes de que los forenses desvelaran el desenlace del caso, fue la vecina de Pépère, el propietario de la casa de 69 años, quien descubre toda la escena. Por la mañana, desde su propia ventana, la vecina ve a ambos hombres "durmiendo" en el jardín pero no se inquieta ya que escuchó música hasta altas horas de la madrugada y pensó que se trataba de una consecuencia de haber bebido más de una copa de vino. Pero según iban pasando las horas, y al comprobar que los cuerpos no se movían, decidió ir a despertarlos ante el riesgo de una insolación. Fue entonces cuando descubrió que ninguno respiraba.
La policía señaló, después de analizar toda la escena, que efectivamente Pépère y Olivier estaban muertos, pero que sus cuerpos no mostraban ningún signo de violencia o de agresión física, ni había señales de que alguien hubiera intentado robarles o entrar a la casa por la fuerza. Los vecinos señalaron entonces que ambos hombres mantenían una relación de tipo padre-hijo, siendo Olivier 30 años menor que su amigo y que solían cenar habitualmente juntos.
De acuerdo al reporte de los medios locales, la policía especuló con que se trataba de un caso de botulismo virulento, o sea, que se habían envenenado por la comida enlatada. Entonces los cuerpos fueron enviados a la morgue municipal y la comida restante, incluida una lata de fríjoles, se despachó para su análisis al Instituto Pasteur de París. Pero dio negativo.
Una semana después de los hechos y tras una espiral de especulaciones de todo tipo, la policía francesa y las autoridades municipales entregaron los informes forenses con lo que realmente sucedió aquella noche en casa de Pépère Perrot.
Pépère, que tenía la dentadura en muy mal estado, intentó tragarse un pedazo de carne de 44 gramos y se atragantó. Su nivel de alcohol en la sangre, 2,45 gramos por litro, demuestra su alto grado de embriaguez en el momento del fatal mordisco. Los dos factores sumados están en el origen de su muerte.
Olivier, aunque era mucho más joven con 38 años, sufría cardiomegalia, un aumento anormal del corazón que lo hacía mucho más frágil. Todo apunta a que no logró superar el shock de ver cómo su amigo se ahogaba hasta la muerte ante él y sufrió una crisis cardiaca de la que tampoco pudo recuperarse. También él había bebido en grandes cantidades.
Fue la mala suerte desencadenada la que provocó el trágico fin de una historia que supera la imaginación del mejor escritor de novela negra. La realidad, esta vez también, superó a la ficción.
Es.rfi