Alwaght- La crisis de Ucrania y la anexión de la península de Crimea a Rusia causaron que el Occidente reaccionara con sanciones contra Moscú. Las medidas coercitivas aplicadas contra los empresarios, bancos, y compañías de energía resultaron tan graves que hasta Putin y Medvedev advirtieron sobre los perjuicios de las sanciones.
Hay que tener en cuenta que, al igual que las demás armas, las sanciones son de doble filo en cuanto a ventajas. El amplio impacto de estas medidas sobre la economía rusa en corto plazo se debe a los problemas en la estructura económica de esta potencia emergente.
Tras el desmantelamiento de la Unión Soviética, su heredera, Rusia se encaminó hacia políticas de mercado libre. En este contexto, la oligarquía gobernante rusa se convirtió en un poder mafioso que compraba las acciones de las grandes empresas con gigantes ganancias. En otras palabras: la corrupción gubernamental del régimen comunista se introdujo en la economía y los mercados con un rostro maquillado. Este hecho afectó negativamente las inversiones extranjeras y la acumulación de la capital.
Sin embargo, la economía rusa, dependiente del petróleo -17 % de su PIB y el 40 % de los ingresos del país- logró mantener ocultos sus defectos con aumentos en el precio del combustible. El ingreso que obtuvo Rusia de la venta del crudo fue 52 mil millones de dólares en el año 2000 y de 320 mil millones de dólares en 2012.
Esta gran cantidad de ingresos podría haberse invertido en infraestructuras del país que sirvan como un catalizador para el desarrollo y la reforma de procesos económicos de Rusia. Pero se dirigieron al consumismo y la corrupción en la ya mafiosa economía de Rusia.
La entrada en vigor de las sanciones y la caída del precio del petróleo pusieron de relieve el grave estado de la economía de Rusia. Por tanto, estas condiciones eran adecuadas para que las sanciones occidentales tengan efecto. Tras la finalización del paquete de las sanciones, la fuga de capitales de Rusia –producto de la corrupción – aumentó notablemente debido a la inestabilidad de las políticas monetarias y financieras. La salida del capital se duplicó en el primer trimestre de este año, respecto al similar periodo del 2014 y ha llegado a alcanzar 50,6 mil millones de dólares. Según las estimaciones, esta cifra llegará a 120 mil millones de dólares el año próximo. Por ello, el Banco Central de Rusia tuvo que subir la tasa de interés bancaría de 10 a 30 %. En la práctica, esta decisión tampoco ha podido frenar la fuga de capitales y ha causado una caída del 13 % del índice bursátil.
Al fin, los impactos mutuos y progresivos de distintos factores han desembocado en un derrumbe sin precedente del valor del rublo ruso, de manera que el euro llegó a costar 100 rublos y el dólar se vendió a 80 rublos. Esto significa una caída de 60 % del valor de la moneda nacional de Rusia.
Sin bien, según Putin, esta condición causará una fuerte inflación y posiblemente una recesión en los próximos dos años, las sanciones han hecho que salga a luz los aspectos decadentes de la economía rusa. Por la misma razón, el primer ministro Dimitri Medvedev, durante la reunión con los líderes de partidos políticos de Rusia, consideró los cambios estructurales y la lucha contra corrupción dos prioridades del país.
Los actuales problemas de Rusia, no se deben a las sanciones, sino a las debilidades de la estructura económica subdesarrollada de este país. Es posible que con la subida del precio de petróleo, la situación vuelva a ser óptima para Rusia, pero siempre que persistan los problemas estructurales en la economía, estos serán el talón de Aquiles y el fuego bajo cenizas que Occidente podrá encender cuando quiera, imponiendo sanciones contra Rusia.
Por ello, la economía rusa exige hoy en día una amplia reestructuración para convertirse en una economía dinámica, independiente del petróleo que cuente con un nivel aceptable de interdependencia en la actual época de globalización. Así, el arma de sanciones sería ineficaz y no tendría justificación en esta economía.