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Las mejores madres del reino animal

Domingo 19 junio 2016
Las mejores madres del reino animal

Las elefantas y las orcas ofrecen excelentes ejemplos de la importancia de observar el comportamiento de las madres de otras especies
Cuatro madres elefante dan sombra con sus cuerpos a sus rechonchas criaturas mientras las conducen a través de una aromática pradera bajo un sol ecuatorial que ya empieza a calentar a pesar de ser temprano. Avanzando a zancadas con resolución, como si acudiesen a una cita, las madres se balancean camino de una extensa ciénaga. Se detienen a la orilla. Es difícil dar de mamar metida en el agua hasta el vientre, así que dejan que sus pequeños se sacien antes de entrar en el humedal para pasar el día. Su previsión me deja atónito. ¿Quien lo iba a pensar? Las madres.
Voy en un vehículo de investigación con Katito Saiyadel y Vicky Fishlock, de la Fundación Amboseli. Una elefanta llamada Tecla que camina solo unos cientos de metros delante de nosotros, a nuestra derecha, se vuelve de repente, barrita y muestra su disgusto por nuestra presencia. A nuestra izquierda un joven elefante se da la vuelta y lanza un grito. Al parecer, hemos separado a la madre de su pequeño. Sin embargo, otra madre, con los pechos llenos de leche, llega corriendo y cruza justo por delante de donde estamos. Ella es la verdadera madre. Tecla le estaba comunicando, en esencia: “Los humanos se están interponiendo entre tú y tu cría. Ve y haz algo”. La madre recupera al pequeño y restaura el orden. Todos siguen adelante.
Observemos a las madres de otras especies. Cuando los cercopitecos verdes que andan por ahí oyen la llamada de auxilio de una cría, inmediatamente dirigen su mirada a la madre del pequeño. Saben perfectamente quién es importante para quién. Cuando un delfín manchado del Atlántico llamado Luna se separó de su cría de pocos días en aguas turbias delante de un tiburón tigre, Denise Herzing escribió: “Nunca había oído a una madre expresar su angustia con tanta vehemencia”. Esas madres saben exactamente quiénes son.
Una vieja elefanta, sus hermanas, sus hijas adultas y todos sus descendientes viven juntos en familia. La familia constituye la base compartida del cuidado de las crías y la crianza de los pequeños. Normalmente la hembra mayor actúa como la depositaria suprema de la historia y el conocimiento vivos. Esta supermamá, o matriarca, toma las decisiones acerca de a dónde irá la familia, cuándo y durante cuánto tiempo. Es el punto de confluencia familiar y la principal protectora. Y su personalidad –tranquila, nerviosa, firme, indecisa, audaz– marca la pauta para toda la familia. (Los machos adolescentes abandonan las familias, se juntan con otros machos, a veces van vagando). Durante meses, la madre tiene a la cría permanentemente a su alcance, a menudo en contacto físico. Con frecuencia le dirige sonidos suaves, como un zumbido, diciéndole, efectivamente: “Estoy aquí; aquí mismo”.
Las crías que estamos observando están regordetas, como malcriadas. Para los elefantes, igual que para los humanos, la experiencia importa. Es más probable que se meta en problemas un adolescente que un adulto de 40 años. Vicky hace hincapié en que “las elefantas son unas madres fantásticas. Saben lo que está pasando y son de los más serenas”.
El calor de la mañana empieza a apremiar a los elefantes para que se dirijan a la refrescante ciénaga, pero las matriarcas adaptan el ritmo a los más pequeños. No se deja atrás a ninguno. En 1990, aquí, en el Parque Nacional de Amboseli, en Kenia, la elefanta Echo dio a luz a una cría que no podía enderezar las patas delanteras y apenas conseguía mamar. Se arrastraba con penosa lentitud sobre sus muñecas, y a menudo se caía. Los funcionarios del parque hablaron de abreviar su desgracia. Durante tres días, mientras la agotada cría la seguía cojeando, Echo aflojó el paso de la familia para adaptarlo a su discapacidad, volviéndose continuamente para observar el avance del pequeño, esperando hasta que le daba alcance y levantándolo pacientemente cuando se caía. Al tercer día, el elefante se reclinó hacia atrás hasta que logró apoyar en el suelo las plantas torcidas de sus patas delanteras, y entonces, cuenta la investigadora Cynthia Moss, “con cuidado y muy despacio aún, volvió a trasladar el peso a la parte delantera del cuerpo y estiró las cuatro patas”. Nunca recayó. La resolución de su familia –lo que, en los seres humanos, podríamos llamar fe– lo había salvado.
A medio planeta de allí, en un reino diferente, visito a otro mamífero que vive en la sociedad más organizada en torno a la madre de la Tierra: las orcas piscívoras del noroeste del Pacífico. En el barco de Ken Balcomb conozco a la manada L. Ken reconoce a todos sus miembros a simple vista. L-25 es una hembra, y en este momento tiene más de 85 años. Ese macho adulto de la gran aleta dorsal con una muesca a media altura de su borde anterior es L-41y tiene 36 años. Al igual que los elefantes, la unidad social básica es una veterana matriarca que guía a sus hijos y nietos. Si bien los elefantes macho adolescentes abandonan su familia, las orcas macho permanecen toda la vida en la misma en la que han nacido. (Los machos se aparean mientras se relacionan con otras familias, y luego vuelven junto a su mamá). Los lazos materno-filiales siguen siendo estrechos de por vida. No existe ninguna otra criatura en la que toda su prole –hijas e hijos– permanezca con su madre mientras esta vive.
Manual de supervivencia de las orcas
Del mismo modo que los elefantes, la orca matriarca ha memorizado el manual de supervivencia de la familia y conserva el conocimiento de las rutas y las islas, de los lugares y las estaciones en que se concentran los salmones. Su decisión puede hacer que toda su familia se traslade. Las orcas nadan 120 kilómetros al día.
Igual que los humanos, las orcas suelen dejar de tener hijos a los 40 años, y pueden vivir más del doble de ese tiempo. Solo las hembras humanas, las de las orcas y las de los calderones tropicales normalmente siguen viviendo décadas después de haber dejado de reproducirse. En pocas palabras: pasan la menopausia. En un grupo de orcas, hasta un cuarto de las hembras son postreproductivas. Estas ballenas no esperan la muerte; ayudan a sus hijos y a sus nietos a sobrevivir. Los calderones tropicales siguen produciendo leche hasta 15 años después de su último parto. Las marcas de dientes en uno de los últimos recién nacidos de la manada J indican que otra orca actuó como una auténtica comadrona sacando a la cría del cuerpo de la madre. Varias orcas hembra ayudan a empujar a un recién nacido a la superficie para que respire por primera vez. Incluso en el mar, hace falta toda una comunidad.
Las orcas hembra son tan decisivas para la supervivencia de sus hijos que cuando muere una anciana, su descendencia adulta empieza a morir en gran número, sobre todo los hijos. Cuando mueren sus madres, las orcas macho mayores de 30 años afrontan tasas de mortalidad ocho veces superiores a las de los machos coetáneos del grupo cuyas madres están vivas. La cantidad de alimento exigida por su inmenso tamaño parece que los hace dependientes de sus madres trabajadoras, que comparten con su descendencia aproximadamente la mitad de sus capturas. La matriarca J-2 tiene actualmente más de 100 años. Su hijo J-1, que vivió hasta los 60, es el macho más longevo conocido.
Aunque su madre no sea una elefanta ni una ballena –ya saben lo que quiero decir– hacen falta madres de todas clases para perpetuar la cadena de los seres. La maternidad es una misión en la Tierra mayor y más sagrada de lo que solemos reconocer. Tomémonos, pues, un instante para reflexionar sobre la maternidad en sentido amplio. Elogiemos y demos las gracias a nuestras madres y a las madres de otros por nada menos que el desfile de la vida.

http://elpais.com/elpais/2016/06/09/ciencia/1465487572_292056.html

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