Resulta que buscando yo en las tendencias en Google descubro que entre las más populares del 2017 está la siguiente: ¿qué hacer cuando estás triste? Es la segunda más buscada.
Parece que a la felicidad, falible y casquivana, le debemos ciega obediencia, pero no nos podemos permitir estar tristes. Amamos por felicidad, porque el amor nos trae alegría. Pero recordemos que el amor se va y nos queda la tristeza. Felicidad no deja de ser una puta cualquiera, mientras que Tristeza es una compañera bastante más fiel y confiable, que siempre va a estar ahí, a nuestro lado.
La tristeza no nos trae tanto mal como otros le atribuyen. Al fin y al cabo, ¿cuántos buenos poemas le debemos a la felicidad? Los grandes poemas se escriben en soledad y tristeza. Cuando estamos felices y enamorados no escribimos nada. Bastante ocupados estamos follando y mirándonos embobados en los ojos de nuestro amor.
Vivimos en un espejismo colectivo en el que la felicidad es una obligación, un deber que nos han impuesto como marcado a fuego. En el que la felicidad es una tiranía. Una dictadora que nos gobierna ayudada de sus lacayos serviles: el éxito, la frivolidad, la eterna juventud, el consumo. Nos ofrecen de todo para lograrla: antidepresivos, cursillos, libros, yoga, vitaminas, dietas détox, ejercicios de respiración. Felicidad a golpe de talonario. Tristeza medicalizada.
"Vamos, deja esa cara", nos dicen. Porque esa cara es el rostro de la tristeza. Y nadie quiere mirarlo a los ojos.
Si hay palabra con mala prensa, absurda y vergonzante, esa es Tristeza, palabra paria, un dudoso privilegio que comparte con 'culpa', 'pesimismo' o 'angustia'. No hay sitio para los que tenemos el mal gusto de llorar escuchando canciones o de pasear solos por los parques en invierno. Ser infeliz es ser disidente.
Yo estoy triste muchas veces. Tristérrima. Por todos los amores que me han dejado y engañado. Por los que se aprovecharon de mí. Por los amigos, familiares y perros que se murieron. (Sí, por supuesto, echo de menos a mis perros y les quise más que a muchos humanos). Así que si me preguntan: "¿Qué puedo hacer para dejar de estar triste?". Lo único que puedo decir es: "No puedes hacer nada". Todos estamos tristes muchas veces. Es parte de la vida. Es lo que te hace humano. Solo los psicópatas y los narcisistas no se entristecen nunca y esa tiranía impuesta del "sonríe, hoy puede ser un gran día" es una auténtica putada si resulta que en este gran día que podría ser hoy te ha dejado tu pareja o se te ha muerto alguien querido o estás enfermo.
Los que se han dado en llamar 'pensamientos positivos' intentan suscitar emociones no reales ni espontáneas, impresiones generadas por reflexiones enlatadas, en un intento de sepultar las emociones reales que el conflicto que sufrimos provoca, sin permitirnos entender la causa última de dicho sufrimiento. Ante un problema la respuesta no es repetir "soy feliz", lo razonable es aceptar las sensaciones que nos produce, propias del ser humano. La tristeza, la angustia, per se, no son una enfermedad: hay que sentirlas, no pensarlas, perderles el miedo.
Parece ser que, hoy en día, la meta a la que todos debemos aspirar es a perseguir la felicidad. Pero esta búsqueda puede volverse contra ti y traerte todo lo contrario; soledad y depresión. Intenta salir un día de casa a ser feliz por narices, que probablemente conseguirás todo lo contrario.
Así, la búsqueda de la felicidad está asociada, paradójicamente, a todo lo contrario: a la frustración. Lo mejor que podemos hacer para ser felices es no hacer nada por ello. Y si resulta que un día estás triste, aceptarlo, sin más. Aceptar que la vida no es un camino constante de felicidad narcotizada.
Juro que quisiera estar de acuerdo con los gurús de los libros de autoayuda y con su ley fiada al becerro de oro. Que quisiera vibrar a su ritmo, al compás plácido y armónico de sus corazones. Que quisiera como ellos aceptar con armonía y una sonrisa los abandonos, los engaños, las traiciones, los reveses de la vida.
Quiero ver si escribiendo lo que escribo tiranizan también mi corazón: me jacto de estar triste y lo proclamo sin temer a sus sanciones o desdenes. Arrastro resignada la excomunión civil del renegado Y sé que creo escándalo. Y que me arriesgo a la exclusión social.
Pero tan profundo siento el cisma en mi cabeza que no puedo sino –absoluta señora de lo que siento– reconocer que a veces lloro por las noches.
Y alzarme en triunfo o sucumbir del todo.
elperiodico