Ciegos, discapacitados y sordos tienen sus propias selecciones en la Olimpiada de Ajedrez
Uno de los rincones más interesantes de una Olimpiada de ajedrez es el de los ciegos, que juegan en tableros distintos. Es el deporte más igualitario y el ideal para ellos, ya sean de nacimiento o sobrevenidos. Algunos llegan a un alto nivel y forman la selección mundial que estos días compite en Bakú (Azerbaiyán), donde también hay equipos de discapacitados y sordos.
“Casi todas las personas ven con los ojos. Nosotros lo hacemos con la mente”, dijo hace años a EL PAÍS el serbio Milenko Çabarkapa, quien logró resultados brillantes en el siglo XX. Pero hay matices de peso: los ciegos de nacimiento apenas tocan las piezas porque visualizan los movimientos con gran claridad en cuanto su rival o el árbitro los cantan. Quienes han perdido la vista por enfermedad o accidente necesitan tocarlas mucho, compulsivamente durante los primeros años.
Sin embargo, los que mejor juegan suelen ser del segundo grupo, como explica el griego Nikolaos Kalesis, capitán del equipo de la IBCA (Asociación Internacional de Ajedrecistas Ciegos) en la Olimpiada: “Si antes de quedarse ciegos, o minusvidentes en alto grado, ya eran ajedrecistas, suelen jugar mejor que los de nacimiento porque les resulta más fácil visualizar las posiciones”.
Utilizan tableros especiales, en los que cada casilla (las negras son unos milímetros más altas que las blancas) tiene un pequeño agujero donde se inserta un pivote que sale de la parte inferior de cada pieza; de esa manera, los jugadores pueden tocarlas sin que se caigan; para distinguir al tacto el color, las negras llevan un clavo insertado arriba; por otro lado, las esferas del reloj también son distintas, con el fin de que pueda controlarse el tiempo por el tacto de las agujas o el sonido, por auriculares. Para apuntar las jugadas, algunos las escriben con el sistema Braille o utilizan pequeñas computadoras portátiles para ciegos; otros prefieren grabarlas de viva voz. Para el entrenamiento, hay programas informáticos especiales. Cuando se enfrentan un ciego y un vidente, la partida se juega en dos tableros a la vez, uno normal y el otro con agujeritos, bajo la atenta supervisión del árbitro.
Dejando aparte a una minoría muy pequeña que hace trampas cuando se enfrentan a ciegos, el hecho de que las jugadas se digan en voz alta y haya que reproducirlas en dos tableros a la vez es una fuente de problemas. Por eso, el director técnico de la Olimpiada, el griego Panagiotis Nikolópulos, inició dos meses antes un proceso de selección de árbitros con amplia experiencia en torneos para ciegos. Uno de los elegidos es el español Álvaro Domínguez: “El árbitro debe estar muy concentrado en las partidas de ciegos, sobre todo en los apuros de tiempo, cuando una jugada dicha en voz alta puede ser malentendida por el rival o el propio árbitro, provocando desconcentración o una pérdida de segundos preciosos. Si estamos muy atentos, lo normal es que no haya ningún incidente de importancia, como hasta hoy en esta Olimpiada”.
Un caso extremo es el de los ciegos que además son sordos y casi mudos, como el ruso Alexánder Suvórov, doctor en psicología, escritor y filósofo, entrevistado por este periódico en 1988, cuando tenía 34 años, por medio de la dactilología (lenguaje basado en el contacto manual con un asistente): “Mi vida es un eterno pensamiento, y el ajedrez una válvula de escape. Al principio sólo me entretenía, pero luego se convirtió en una herramienta esencial para establecer relaciones amistosas con los niños”.
Elpaís