Alwaght- Arabia Saudí ha intentado más que nadie poner trabas al avance del despertar islámico, llamada también “primavera árabe”. Este país envió en marzo de 2011 sus fuerzas a Baréin para reprimir a los opositores. Asimismo, dio asilo al exdictador tunecino Ben Ali y facilitó el derrocamiento del expresidente egipcio Mohamad Mursi en 2013. En general, Riad apoya a las monarquías de la región. El único país en el que Arabia Saudí secundó las protestas antigubernamentales ha sido Siria, pero no fue por los ciudadanos sirios, sino por la oposición de los Al Saud con el Gobierno de Bashar al-Asad y su aliado clave, Irán. Buena parte de las ayudas financieras y militares de Arabia Saudí y otras monarquías del Golfo Pérsico destinadas a los opositores en Siria han caído en manos de grupos extremistas como Daesh.
Desde la victoria de la Revolución Islámica de Irán en 1979, Arabia Saudí ha adoptado una postura antichií. La doctrina wahabí se creó en el siglo XVIII para desviar las directrices islámicas y, en los últimos años, ha sido utilizada como una herramienta para debilitar a Irán. Arabia Saudí patrocina financieramente a las instituciones que propagan las ideas del wahabismo. Riad pudo unir a varios países para hacer frente a Irán, especialmente, durante la guerra entre Irán e Irak. Al inicio de la llamada “primavera árabe”, en 2011, Arabia Saudí recurrió a su estrategia de ayudar a sus antiguos aliados para aumentar el sectarismo. En los primeros cuatro años del despertar en los pueblos árabes, el rey saudí Abdolá y sus allegados decidían cómo enfrentar los retos internos y regionales.
Sin embargo, en el último año y tras la llegada al poder del rey Salman, las políticas saudíes no se adoptan en un marco determinado. Nadie creía que Mohamad bin Salman, hijo del rey y segundo príncipe heredero, con solo 30 años, asumiera el poder. En este periodo, Arabia Saudí dejó de lado su estrategia de utilizar los ingresos petroleros y, en 2015, lanzó una amplia guerra contra el movimiento popular Ansarolá en Yemen y en contra de su antiguo aliado Ali Abdolá Saleh. Su objetivo era presentarse a sí mismo como el líder del mundo islámico. No obstante, la capital yemení, Saná, todavía está en manos de Ansarolá y los ataques saudíes solo han deteriorado la situación para los ciudadanos yemeníes. Además, se han elevado los ataques contra las posiciones saudíes cercanas a las fronteras con Yemen. Algunos acontecimientos registrados al inicio de la “primavera árabe”, como la subida del precio del petróleo y el caos en algunos países como Egipto, Siria e Irak, hicieron pensar a las autoridades saudíes que podían decidir sobre el futuro de la región. Por otro lado, Arabia Saudí consideró el acuerdo nuclear entre Irán y el Grupo 5+1 como una traición de Washington a Riad. Por eso concentró todos sus esfuerzos en debilitar a Irán. Desde esta perspectiva se puede explicar por qué Riad inició una guerra contra Yemen.
Echar leña al fuego del sectarismo y propagar ideologías antichiíes allanan el terreno para el auge de grupos como Daesh. Las recientes declaraciones del canciller saudí, Adel al-Yubeir, muestran muy bien las prioridades de Arabia Saudí en la región. Al-Yubeir considera a Hezbolá como el grupo terrorista más importante en la región. Además, ha amenazado que si los procesos políticos no dan lugar a la destitución de Al-Asad, Riad intervendrá directamente para derrocarle.
Tras el comienzo de sus bombardeos contra Yemen en marzo de 2015, Arabia Saudí puso fin a sus ataques contra Daesh. Por otro lado, el verdadero objetivo de enviar tropas terrestres a Siria es combatir a Hezbolá y al Ejército sirio. La monarquía sabe bien que no puede llevar a cabo en solitario esta guerra. Por eso está intentado convencer a EEUU y los países europeos para que le acompañen en esta carrera belicista.
Arabia Saudí y los países ribereños del Golfo Pérsico buscan derrocar a Al-Asad en un intento de mantener su papel activo en la crisis siria, pero, en realidad, estos países no pueden controlar los conflictos en Siria.
La creciente ola de conflictos en Siria, la llegada al poder de jóvenes ambiciosos en Arabia Saudí y la escalada del sectarismo en la región han hecho más incierto que nunca el futuro de Riad y, por ende, el de la región.