Los pueblos originarios de América Latina y el Caribe sufren una mayor prevalencia de desnutrición y otros problemas alimentarios que se diluye en las cifras del hambre y las políticas nacionales
En lo que va de siglo, el hambre ha disminuido de forma importante en América Latina (y el Caribe). Una serie de políticas nacionales —alimentación escolar, protección contra la pobreza, mejoras en la producción agrícola...— llevaron, por ejemplo, a los países de Sudamérica a reducir a la mitad el número de personas que no comían lo suficiente entre 2000 y 2015. Cuando el año pasado la tendencia cambió y el hambre volvió a crecer, las miradas se dirigieron a lugares como Venezuela (donde aumentó un 46%) o a situaciones de cuasiemergencia como Haití (uno de cada dos haitianos está subalimentado). Pero la luz de alarma también enfocó, al menos de refilón, a aquellos lugares, repartidos por todos los países, en los que los programas para asegurar que todos coman no estaban funcionando: entre ellos, destacan los más de 650 pueblos indígenas de la región.
"A pesar de los éxitos, hay territorios que permanentemente mantienen altas cifras de hambre, donde las iniciativas públicas no funcionan. Y queremos saber qué pasa". La senadora mexicana Luisa María Calderón es también coordinadora de los Frentes Parlamentarios contra el Hambre. Este grupo de cerca de 300 legisladores de 21 países latinoamericanos y caribeños ha identificado 100 territorios rezagados y busca ahora la colaboración de expertos y académicos para encontrar las razones. ¿Qué tienen en común? Para empezar, la pobreza. "Hay diferencias económicas y sociales brutales, pero también falta de agua, y hay incluso factores culturales", enumera Calderón.
La desnutrición crónica afecta al 10,8% de los niños peruanos. Entre los menores indígenas, el porcentaje es del 47%
Como alertaba un estudio reciente centrado en África, fijarse solo en las medias nacionales —de hambre, de desnutrición...— puede dejar fuera del foco a zonas con problemas específicos y muchas veces graves. Los datos muestran, por ejemplo, que los que menos comen en la región son los niños y las mujeres de los hogares pobres, especialmente los que viven en zonas rurales. En el noroeste de Guatemala las cifras de desnutrición infantil son 13 puntos superiores a la media nacional. Por eso países como Panamá lanzan estrategias centradas en los territorios rurales, "que han quedado rezagados y no se han beneficiado del crecimiento economico", según su viceministra de Desarollo Social, Michelle Muschett.
Pero aún más significativa es la prevalencia de estos problemas alimentarios entre los pueblos indígenas. En Paraguay, los niños con desnutrición crónica (que miden menos de lo que les corresponde por edad) pasaron de ser un 18% en 2005 a un 10,8% en 2012. Y sin embargo, entre la población indígena, los menores de cinco años afectados son aún el 47%. En Guatemala, el porcentaje de pequeños de ascendencia indígena que la sufren supera en 12 puntos la media nacional. Respecto a la subalimentación (el nombre técnico del hambre), aún no hay datos más allá de las cifras nacionales.
"Los indígenas no solo pasan hambre por ser pobres, sino también por ser indígenas", apunta en referencia a la desigualdad y discriminacion que sufren Julio Berdegué, subdirector general de la FAO para América Latina y el Caribe. La agencia de la ONU para la alimentación y la agricultura celebra estos días una conferencia en la que se debaten los retos alimentarios de la región. También los que afrontan los entre 45 y 50 millones de indígenas que la habitan (entre el 8% y el 10% de la población total). "Insistimos a los países en que hay que las intervenciones en los territorios rezagados deben hacerse a medida", dice Berdegué.
“Habría que mantener sus sistemas propios y fortalecerlos, en lugar de llegarles con sistemas que les anulan”
"Pero nosotros no necesitamos que los Gobiernos nos elaboren planes. Que muchas veces son políticas asistencialistas", rechaza Jorge Stanley, dirigente del Consejo Internacional de Tratados Indios, que defiende los derechos de las comunidades indígenas. "Lo que necesitamos es que apoyen nuestros propios planes de desarrollo, en armonía con la naturaleza. Con recursos económicos y también con apoyo técnico, pero siempre intentando llegar a un equilibrio con nuestras formas de hacer. El Estado debe ayudar, no imponer".
"Habría que mantener esos sistemas propios y fortalecerlos, en lugar de llegarles con sistemas que les anulan", coincide la senadora Calderón. O que son contraproducentes. Porque por ejemplo, si se pretende proveer de comida a comunidades remotas, la distancia puede obligar a llevar alimentos más duraderos, y no los más adecuados para mejorar su situación nutricional. Así que no vale la misma receta que para una comunidad urbana. "Es de las cosas que tenemos que aprender a diferenciar, y de ahí la iniciativa de los 100 territorios".
"Muchas veces se nos quiere echar de nuestras tierras, y cuando nos obligan a emigrar también se genera malnutrición", denuncia Stanley. "Pero los pueblos indígenas tenemos recursos naturales, aguas, conocimientos...", añade. Una capacidad de producir comida y alimentarse que, según su representante en la conferencia, los agentes externos deben dejar de torpedear, en primer lugar, para después apoyarla.
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