Un camino que no fue fácil, un sueño de casi 20 años, dedos a punto de ser cortados, frustración y depresión por no lograrlo a la primera... Pero decidió no rendirse.
Los 8.848 metros del Everest fueron alcanzados por la ecuatoriana Carla Pérez el 23 de mayo de 2016, a las 11:00 de la mañana (hora de Nepal).
Aunque ha pasado un año y ocho meses, su logro sigue siendo reconocido, porque hasta ahora es la única mujer latinoamericana en alcanzar la cima de ese coloso sin oxígeno embotellado.
A la fecha esta hazaña solo la han logrado siete mujeres de todo el mundo. Pérez fue la sexta; la séptima llegó el mismo día que ella, dos horas después. Desde entonces no se ha registrado ningún otro ascenso de alguna mujer sin oxígeno artificial.
Hay una gran historia detrás del ascenso de Pérez, que fue plasmado en su documental 'Apología del Everest'. Un camino que no fue fácil, un sueño de casi 20 años, dedos a punto de ser cortados, frustración y depresión por no lograrlo a la primera y la joven montañista que decidió, sí, decidió, no rendirse.
Pasión inculcada por papá
Pérez tiene 35 años, que cumplió recién el pasado diciembre. El primer contacto con la montaña, que recuerda, lo tuvo a los cuatro años, cuando su padre la llevó, en un paseo familiar, al Pasochoa, un volcán extinto ubicado al sureste de Quito, capital ecuatoriana.
"Ahí jugando, siguiendo a las vacas en el pajonal, me parecía como un bosque; para mí se creó todo un mundo de ilusión donde jugar era perfecto, así como crear historias y correr, y simplemente me encantó", dijo en entrevista. Pero pronto se terminaron las excursiones familiares, con papá, mamá y su hermana —dos años mayor que ella— debido a que a su madre le afectaba mucho la altura.
"Aquí solo se aceptan hombres"
El retorno a las montañas se dio cuando tenía unos 12 años, luego de pedir con insistencia a su padre. Pero un año después, ya quería retos más grandes, que su progenitor no estaba en capacidad de alcanzar; pero le buscó una solución, la inscribió en un club de andinismo de la Escuela Politécnica Nacional (EPN), luego de ser rechazada en el Colegio San Gabriel de Quito: "Aquí solo se aceptan hombres".
Con el club de la EPN, al que también se sumó su hermana —que no duró mucho porque le afectaba el frío, y la altura—, aprendió a escalar en roca y en hielo, a usar los instrumentos en la montaña. Ahí se dio cuenta que aparte de gustarle mucho "me sentía fuerte, me iba bastante bien".
"Nunca voy a tener tiempo de ir a la montaña"
A los 16 años, Pérez vio el documental que presentó el montañista Iván Vallejo (58 años actualmente) sobre su ascenso al Everest sin oxígeno embotellado. Fue el primer ecuatoriano y segundo latinoamericano en hacerlo. "Cuando yo vi toda esa cosa dije: Algún día, de ley, tengo que hacer eso; tengo que subir esa montaña sin oxígeno". Para entonces, ya había visto otros audiovisuales del montañista sobre sus aventuras en El Himalaya, que despertaron su pasión.
Se fue a estudiar geoquímica a Francia, a los 18 años, con una beca del gobierno de ese país. Escogió hacerlo en Grenoble, "justo en el corazón de los alpes". Ahí aprendió nuevas técnicas de montañismo, "no es tan alto pero es difícil, aprendí a esquiar".
Tras seis años de estudio volvió a Ecuador y se había fijado como meta trabajar en investigación de volcanes, pero no encontró vacantes a las cuales postularse.
Concursó para un puesto en la petrolera Schlumberger y fue seleccionada; el día que fue a firmar el contrato leyó detenidamente el documento, y se encontró con que debía trabajar 20 días en la Amazonía y descansar 10 en Quito o, si el trabajo estaba muy complicado, trabajar los 30 días corridos sin descanso.
"Yo dije nunca voy a tener tiempo de ir a la montaña, en la Amazonía me voy a 'desaclimatar' y amo subir montañas (...), si me meto en una petrolera, voy a dejar mi sueño de lado". Fue así, con una breve reflexión, que decidió no firmar.
Pérez dejó su vida profesional de lado y avanzó en la búsqueda de cumplir el sueño que tenía entre ceja y ceja. Comenzó a trabajar como guía en las montañas del país para franceses, ganaba algo de dinero, pero no mucho. "Apenas tenía plata ahorrada, me iba a escalar a Perú, me iba a escalar a Bolivia, y así empecé a hacer un montón".
Entre esas escaladas, en enero de 2009 subió el Aconcagua, que con 6.962 metros, es el punto más alto de América, expedición que hizo con sus amigos Esteban Mena y Joshua Jarrín. Pero no lo hicieron por la ruta normal, que según ella es "súper fácil", sino por la pared sur, que tiene 3.000 metros de desnivel: "Yo casi me muero ahí porque nos equivocamos en la comida, no comí seis días, perdí 12 kilos, casi no salgo, pero al final salimos, escalamos".
Esa escalada generó un boom mediático en Ecuador. Fue entonces cuando Iván Vallejo, quien un año antes había culminado su proyecto de subir a los conocidos 14 Ochomiles (las 14 montañas más altas de la tierra, ubicadas en Asia), los contactó para formar un grupo de montañistas ecuatorianos, que fue denominado Somos Ecuador, para "escalar en las montañas alrededor del mundo".
"Te van a cortar los dedos si no bajas"
"Con Iván empezamos a escalar un montón de cosas técnicas, pero también de altura, porque la especialidad de él es subir montañas, las más altas del mundo; nosotros habíamos hecho cosas más difíciles, pero no tan altas", explica. Él comenzó a llevarlos a montañas de 7.000 metros, luego 7.100, 7.500, todas sin oxígeno artificial. En 2012, Pérez fue a su primer 8.000, específicamente al Manaslu, en Nepal (8.163 metros), y se generó un nuevo boom al convertirse en la primera ecuatoriana en lograr tal hazaña.
Tras esa primera subida, Vallejo les dice que ya es momento de subir el Everest. Se prepararon el resto de ese año y en 2013 se fueron a esa gran aventura cinco integrantes de Somos Ecuador, entre ellos Pérez. "Se dieron muchas cosas, el clima no estuvo muy bueno, hubo unos errores en la compra del equipo, fue un conjunto de una suma de errores y mala suerte". A solo 200 metros de la cima, la joven ecuatoriana, a quien se le estaban congelando las manos debido a los 30 kilómetros de viento con -30 grados centígrados de temperatura (sensación térmica de -60 grados) y la falta de oxígeno, tuvo que tomar una difícil decisión: "Me tocó dar media vuelta", y olvidarse de llegar a la cumbre.
La decisión la tomó con la ayuda de Mena, su compañero de siempre y quien sí alcanzó la cima, convirtiéndose en la persona más joven en hacerlo sin oxígeno artificial. "El punto es que él me decía, tienes que bajar, vas a perder tus dedos, nos vas a exponer a todos (...), te van a cortar los dedos si no bajas, aunque estés cerca de la cima, dale. Y bajé, 200 metros, después de soñar casi 20 años con esa cima, de haberme preparado, de haber entrenado". Alrededor de media hora le tomó decidir devolverse.
"Fue súper duro porque había dejado todo por eso, decidí no escoger mi vida profesional, no quería tener hijos, no quería casarme, no quería hacer muchas cosas por cumplir ese sueño y cuando se dio ese momento de estar tan cerca y no lograr para mi fue una cosa súper fuerte, como de desilución conmigo misma (...) En un punto dije 'soy un asco', me cogió una depresión de casi un año, de llorar, de no querer hacer nada, cabreada conmigo misma".
"El fracaso es como un pedazo de carne"
Después de ese año de "tocar fondo", decidió buscar ayuda, "empecé a hablar con mucha gente, terapeutas, psicólogos, amigos" y hubo alguien que le dijo que "el fracaso es como un pedazo de carne, cuando te comes la parrillada, la 'carnezota' y pasas una noche de miércoles, vomitas, vas al baño, que la diarrea, que me siento mal, que la pesadilla, pero al siguiente día estás vivo".
La misma persona le dijo que para que "digiriera" ese fracaso, "para que hagas el duelo, o sea le mates y le entierres y quede ahí ese recuerdo, hazte un viaje". Tomó el consejo y se fue tres meses de viaje junto a Mena, hicieron escaladas en varios puntos del planeta, fue como "un ritual" donde ganó fuerza nuevamente y decidió que debía volver al Everest.
Antes, decidió hacer un viaje sola, que de ahí salió el documental 'Sola', a uno de los 14 Ochomiles. Escogió el Cho Oyu (de 8.201 metros), que comparten Nepal y China. Fue "sin compañeros de expedición, sin nadie, solita y sin oxígeno, ¿por qué? para estar ahí, vivir la montaña intensamente y de alguna forma reconocer que sí estaba hecha para eso".
Tras alcanzar esa cima, ya se sintió preparada para regresar al Everest y pensó hacerlo en 2015; pero tuvo una lesión y su médico deportólogo Oscar Concha le recomendó esperar un año más. Ella tomó el consejo del galeno, y luego se dio cuenta que tuvieron "suerte" de no haber ido, debido a que en abril de ese año ocurrió el terremoto en Nepal, que dejó casi 9.000 muertos. Así que, como parte de la preparación continua para llegar al Everest, fue, junto a Mena y Vallejo, al Broad Peak (8.047 metros), en Pakistán.
A la segunda, la vencida
En 2016 fue el año definitivo. Se fue al Everest junto a Mena —Vallejo les ayudó con la logística y financiamiento—. Reunieron 80.000 dólares y se lanzaron a la aventura de 65 días. Volaron a Madrid, España; de ahí a Katmandú, capital de Nepal; luego hasta Lhasa, capital del Tíbet, donde tomaron auto, en el que viajaron durante cuatro días, hasta llegar al Campo Base del Everest (chino) a 5.100 metros de altura.
Una caminata de dos días más los llevó hasta el Campo Base Avanzado, a 6.400 metros. Después de este "hay tres campamentos (...) uno a 7.000 metros, el segundo a 7.900 metros y el campo tres a 8.300". Durante 40 a 45 días se vive entre esos campamentos: "Subes, dejas cosas, bajas; subes, dejas cosas, duermes, bajas". Todo ello para "adaptarte a la altura y para poder formar tus campamentos".
Luego de esa travesía, ya se está preparado para llegar a la cumbre. "Esperas una ventana de buen clima y ahí atacas". Pérez explica que desde el campo tres a la cima, que son menos de 600 metros de desnivel (vertical), normalmente en una montaña de Ecuador eso le tomaría alrededor de una hora, "pero ahí me tomó 13 horas, a esa altura; empecé a las 10 de la noche, llegué a las 11 de la mañana (hora de Nepal) a la cumbre", de ese 23 de mayo de 2016.
"Estuve 20 minutitos, 20 minutos hermosos"; ella pensó que sería un momento de algarabía, en el que levantaría los brazos y gritaría, pero "más bien fue súper introspectivo, súper así hacia adentro, mucha paz, mucha gratitud, 'full gratitud' con la vida, con todo lo aprendido, creo que más que la cumbre misma era todo ese proceso de haber fracasado, no haber llegado, bajar, soñar por más de 20 años en algo, dejarlo todo, era esa sensación muy plena (...) Físicamente estaba muy destrozada, inclusive tenía una percepción súper buena del cuerpo porque como te falta tanto oxígeno, te concentras mucho, decía 'voy a levantar mi mano derecha' y me demoraba un tiempo entre lo que decía y lo que hacía. Y sentía todo, sentía la temperatura, el latido, las venas, todo".
Pérez comenta que sintió, incluso, el apoyo de mucha gente, más allá de su cuadro familiar, que estuvo esos días rezando y enviando mensajes de apoyo para que consiguiera alcanzar su objetivo.
El descenso le tomó 8 horas, 6 hasta el campo tres y 2 más hasta el campo dos. Bajó hasta ese segundo campamento para evitar permanecer más tiempo en la altura con poco oxígeno, que podría producirle daños en el organismo. Al siguiente día se dirigió al Campo Base Avanzado (6.400 metros), donde permaneció un día más durmiendo; y luego al Campo Base del Everest (chino), donde durmió durante una semana (solo despertaba cuando tenía hambre o para hacer otra necesidad fisiológica) como parte del proceso de recuperación. Finalmente volvió a Ecuador, donde fue recibida con aplausos en el aeropuerto de Quito.
Riesgo de muerte
¿Por qué hacerlo sin oxígeno embotellado? Hay dos razones, la deportiva y la filosófica. "Es esa idea de la pureza, de buscar el límite de tu cuerpo (...) no te puedes mentir a ti mismo tomando pastillas, usando oxígeno", dice y señala que para ella "la conexión con todo el universo, el planeta, Dios, viene por medio de tener este contacto con el mundo, entonces una máscara de oxígeno a mi me hace sentir que es falso".
El riesgo de no usar oxígeno artificial es la muerte, por varias razones:
El primero y más común es que la gente se queda dormida. "El cansancio y agotamiento llega a ser tal, sobre todo en la bajada (que se sientan a descansar y se quedan dormidos y es quedarse inconsciente (...) y terminan muriendo".
Edemas. "Edemas pulmonar, cerebral, que se te llena de líquido el pulmón o el cerebro", que también lleva a la muerte.
Daños en general dentro del organismo, por la falta de oxígeno.
Ataxia o descoordinación de movimiento. "Eso implicaría que yo me podría estar rodando, cayendo o tropezando y me voy, me muero".
¿Ahora qué?
"La idea de Somos Ecuador es abrir un nuevo camino, una ruta por donde nadie ha ido en una de las montañas más altas del mundo", alguno de los Ochomiles. Este nuevo camino pretende unir la altura con dificultad técnica, que son las dos ramas del montañismo.
Además de ello, Pérez espera subir otros Ochomiles, como el K2 (8.611 metros), ubicado entre Pakistán y China, "considerada una de las montañas más peligrosas"; y el Kanchenjunga, que "según Iván es una de las más dificil de los Ochomiles, que a él le tomó cinco intentos".
"También queremos completar el Leopardo de las Nieves" (cinco picos más altos de la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas).
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